Polonia. Tierra de martirio. Bandera roja y blanca, como las
dos coronas de san Maximiliano Kolbe, quien entregó su vida en Auschwitz para
salvar a un padre de familia judío. Polonia, tierra siempre invadida por sus
vecinos: rusos, suecos o alemanes. Polska, país eslavo, bastión del catolicismo
que ha dado otros grandes santos como san Juan Pablo II y santa Faustina María
Kowalska.
Nos trasladamos al sur de Polonia, cerca de los montes
Cárpatos, a sólo 80 kilómetros de la frontera con la hoy sufriente Ucrania. El
lugar es una aldea en medio de campos donde se cultiva la colza y el maíz,
junto a molinos de viento que generan energía. Su nombre: Markowa. Allí, el
pasado 10 de septiembre se produjo un hecho singular en la historia de la
Iglesia Católica: la beatificación de una familia completa (los Ulma),
incluyendo a un niño que estaba al nacer. La decisión tomada por el Vaticano y
el Papa Francisco fue declararlos mártires, aunque su muerte no fue en defensa
estricta de la fe, sino del prójimo. Y claro, ya lo dijo el Señor: “no hay
mayor amor que dar la vida por los amigos”
Pero veamos los motivos de este “dar la vida”. Corría el año
de 1944. Polonia había sido invadida en 1939 por el ejército de Hitler y la
persecución a los judíos era cada vez más cruel y despiadada. En 1941 los nazis
habían decretado que cualquier familia polaca que diera asilo o ayudara a los
judíos, sería indefectiblemente ejecutada. Józef Ulma era un granjero de
Markowa, que cultivaba frutales y poseía colmenas de abejas. Se había casado en
1935 con Viktoria y ya tenían
seis hijos. Además, Viktoria estaba embarazada, esperando el séptimo. Una
familia católica muy piadosa, sencilla y trabajadora. Józef pertenecía a la
Asociación de la Juventud Católica y además de ser granjero, era aficionado a
la fotografía (de allí que se cuente con muchas fotos de su familia), poseía
una gran biblioteca en su casa (abasteciendo la lectura de muchos de sus
vecinos) y hasta había inventado un generador eléctrico movido por el viento.
En cierta forma, un líder de este pequeño pueblo que en aquel entonces tenía
unos 4.000 habitantes, de los cuales 120 eran judíos. Viktoria, por su parte,
se encargaba de los quehaceres del hogar y de criar a los hijos que Dios les
iba mandando casi todos los años: Stanislawa, tenía 8 años; Bábara, 6; Wladyslaw,
5; Franciszek, 4; Antoni, 2 y la más pequeña era María, de año y medio. El niño
o niña por nacer aún no tenía nombre.
Polonia era antes de comenzar la Segunda Guerra
Mundial uno de los países del mundo con más población judía (unos 3.800.000).
El gueto de Varsovia había sido destruido y las deportaciones a los campos de
exterminio de Majdanek, Treblinka, Auschwitz, Belzec, Sobibor, Chelmno, etc…era
cosa de todos los días. Se calcula que el ochenta por ciento de los judíos
polacos fueron asesinados durante la Guerra, pero también, que miles fueron
salvados por los cristianos polacos. Fue lo que intentaron hacer Józef y
Viktoria Ulma.
Fue durante el invierno de 1942, cuando decidieron refugiar en
su casa a ocho ciudadanos judíos. Seis eran la familia Szall (los padres y 4
hijos) y dos de la familia Goldman. Los escondieron en la guardilla de su casa,
donde vivirían cerca de dos años, hasta que alguien los denunció e intervino la
policía dando aviso a las tropas alemanas.
Los nazis y la policía polaca aparecieron en la
casa de los Ulma en la madrugada del 24 de marzo de 1944, antes de que
celebrara la Pascua. Primero fusilaron a los miembros de la familia Szall y a
los Goldman. Después le tocó el turno a Józef y a Viktoria, enfrente de sus
hijos. Después, testigos presenciales contaron que los nazis discutieron entre
ellos qué hacer con los niños. Pero no tuvieron piedad alguna. Los mataron a
todos. La sangre derramada de judíos y católicos se fundió en aquel lugar de
martirio.
Sí, martirio, porque los Ulma dieron su vida por sus compatriotas
judíos, ocultándolos en su hogar pese a la prohibición de los nazis. Y aquel
lugar, con el paso de los años fue convertido en un verdadero santuario y museo,
por el ejemplo dado por aquella familia de campesinos que eran miembros del “Rosario
Divino” y que se habían conocido haciendo teatro. Józef y Viktoria se
convirtieron en la familia de los buenos samaritanos, que se detuvieron en el
camino y socorrieron a ocho judíos para intentar salvarles la vida.
Curiosamente, en una biblia encontrada en la casa de los Ulma, Józef tenía
señalado el pasaje del evangelio de San Lucas donde se relata esta bella parábola.
Con el paso de los años, la familia Ulma ha
sido mundialmente reconocida. En 1995 la Yad Vashem (Centro Mundial de
Conmemoración de la Shoá) los nombró como miembros de los “Justos de las
Naciones”, dentro de los 6.000 polacos que tienen tal reconocimiento por haber
ayudado a judíos durante la Guerra (en Markowa sólo 21 se salvaron). En el año
2003 el Vaticano abrió la causa para el reconocimiento de 100 mártires polacos
dentro de los cuales estaban los Ulma. Sin embargo, en el 2013 decidieron seguir
la causa en forma separada, dado el testimonio de toda una familia asesinada,
incluyendo un niño al nacer, cuyo bautismo fue de sangre. En el 2016 se
construyó un museo en el sitio donde estaba su casa y fueron asesinados. Un
museo dedicado a ellos y a todos los polacos que rescataron o salvaron a judíos
durante la Segunda Guerra Mundial.
El Papa Francisco dijo que fue un “familia
de héroes que entregó su vida defendiendo la de una comunidad perseguida,
demostrando su respeto y amor por el prójimo”. A su vez, el rabino polaco,
Michael Schudrich, señaló: “los Ulma son un modelo de humanidad”. Por
último, Baruj Tenembaun, de la Fundación Internacional Raul Wallemberg, dijo
que: “La beatificación de la familia Ulma, demuestra en forma contundente el
reconocimiento de la Iglesia Católica, encabezada por el Papa Francisco, no
sólo a estos mártires, sino a la idea de que la solidaridad humana desconoce
barreras religiosas”
Los mismos
testigos del fusilamiento afirman que cuando Viktoria estaba siendo llevada
para ser enterrada, se notaba que había dado casi a luz a su hijo, porque
vieron una cabecita saliendo entre sus piernas.