Semblanza
y compromiso de Emilio Lamarca
Ante todo, muchas gracias por esta incorporación
como miembro de número a la Academia del Plata. Institución fundada en 1879,
con el fin de promover todas las manifestaciones de las ciencias, las letras y
las artes que den testimonio del pensamiento católico en la vida cultural
argentina. Desde 1987 en que recibí el llamado a “evangelizar la cultura” del
difunto y santo Juan Pablo II, en su segunda visita a la Argentina, he
procurado hacerlo a través del testimonio y la literatura. También doy gracias
a Juan Marcos Pueyrredón por vincularme con la Academia del Plata, donde algunos
de los sitiales corresponden a José Manuel y Santiago de Estrada, a quienes
estoy ligado por lazos familiares paternos. He elegido el sitial vacante de Emilio
Lamarca, no sólo por la gran amistad que tuve con Patricio Lamarca, uno de sus
descendientes, sino por el valor de su personalidad y el compromiso político,
económico, social y religioso que tuvo en su época, además del vínculo fundacional
con esta Academia y que gracias a esta presentación he descubierto.
Alguna calle zigzagueante de nuestra ciudad
lleva su nombre, desde la Avenida General Paz hasta Rivadavia, también una
estación del Ferrocarril Roca en Patagones y dos Institutos Técnicos de
enseñanza instalados en la provincia de Buenos Aires (uno en Villa Ballester y
el otro en Lomas de Zamora), además de distintas calles en ciudades de la provincia;
sin embargo, son pocos los que saben quién fue realmente Emilio Lamarca. Espero
con estas breves palabras que se conozca un poco más sobre este gran hombre de
la generación del 80, la que dio más frutos al país en nuestra joven historia.
Yendo a una pequeña semblanza biográfica,
diremos que el apellido de Antonio, su abuelo, era “Lamarque”, de ascendencia
francesa, nacido en New Orleans, Estados Unidos de Norteamérica y que se
castellanizó por el “Lamarca” cuando llegó a nuestro país para formar parte de
la escuadra naval de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que estaban al
mando del Almirante Brown. Participó en diversos combates navales contra los
realistas en 1814 y murió en 1816. El padre de Emilio, Carlos Lamarca, fue
opositor al gobierno de Rosas y por ese motivo debió exiliarse en Chile en 1839,
junto a su mujer, Petrona Coronel. Situación que padecieron muchos argentinos
en aquella época, que optaban por irse a Chile o al Uruguay, como les ocurrió a
algunos de mis antepasados que estuvieron presentes en el sitio grande de
Montevideo y luego en Caseros.
Emilio Lamarca, por ese motivo, nació en
Valparaíso, el 21 de agosto de 1844, aunque optó por la ciudadanía argentina. Inició
sus estudios en el colegio de San Ignacio en Santiago de Chile y los continuó
en el colegio san Gregorio, dirigido por los benedictinos, cerca de Bath, en Inglaterra,
entre 1859 y 1862. Luego, viajó a Alemania, donde cursó la carrera de ingeniería
en minas en Clausthal, Baja Sajonia. Regresó a Chile en 1866 para trabajar en las
explotaciones mineras de su hermano Carlos. En 1873, su familia decidió volver
a la Argentina y Emilio, junto con ellos, se trasladó a Buenos Aires. Tenía
entonces 29 años y no obstante su elevada preparación técnica y cultural,
decidió seguir estudiando y se graduó como abogado en la ciudad de Buenos Aires
en 1875. Ese mismo año, se casó con Adela Albertina Martínez Sáenz Valiente,
con la que tuvo cinco hijos. Ella murió en 1905.
En 1872, cuando todavía estudiaba derecho, fue
incorporado a la Cancillería por el Ministro de Relaciones Exteriores de
Sarmiento, Carlos Tejedor, como traductor, dados sus conocimientos de distintos
idiomas. Finalmente, llegó a ser Subsecretario del Ministerio durante la
gestión de Félix Frías, cargo que ejerció hasta 1876, durante la presidencia de
Avellaneda. En su paso por el Ministerio intervino en cuestiones de límites con
Chile, escribiendo algunos ensayos sobre esta cuestión. Luego, Lamarca se fue a
trabajar al sector privado. En 1879 pasó a formar parte del Directorio del
Banco Provincia y a su vez se incorporó a la compañía de seguros, La Previsora,
de la que llegaría a ser presidente en 1885. Asimismo, en 1881, se incorporó como
miembro del Directorio del Banco Real, del que luego sería presidente. Por otra
parte, fue asesor legal del Consulado británico en la Argentina y durante casi
dieciocho años se desempeñó como abogado del Ferrocarril Buenos Aires al
Pacífico (hoy General San Martín), llegando a ocupar la presidencia del
Directorio.
Como docente, desde 1876 hasta 1884, tuvo a su
cargo la cátedra de “Economía Política” en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires, reemplazando a Vicente Fidel López. A partir de
allí escribió sus clases en los “Apuntes para el estudio de la Economía
Política”, que publicó en 1877, y en 1880 publicó el libro: “El Decálogo y la Ciencia Económica”. Fue destituido del
cargo de profesor en mayo de 1884 por el presidente Julio A. Roca, junto a José
Manuel Estrada, debido a su posición en el Congreso Pedagógico de 1882, donde
como católicos defendieron posturas opuestas a las del Gobierno.
A su actividad
empresarial, docente, política, legal y literaria, le sumó haber sido miembro
de la Academia de Derecho de Buenos Aires, dirigente sucesivo de la “Asociación
Católica”, de la “Unión Católica” y de la “Liga Democrática Cristiana”, del
diario católico “La Unión”, asesor de la primera Universidad Católica, y
presidente de la “Liga Social Argentina”.
Además de sus
grandes dotes como orador, manejaba seis idiomas: inglés, alemán, francés,
italiano, portugués y, por supuesto, el castellano. Emilio Lamarca, enfermó de diabetes
y quedó ciego en 1917. Murió en Buenos Aires el 5 de julio de 1922, a la edad
de 78 años. Sus restos fueron despedidos en la capilla del colegio Salvador
(dada su afinidad con los jesuitas) e inhumados en el cementerio de la Recoleta.
Pasaré ahora al tema de su pensamiento económico y
compromiso político.
Lamarca fue formado en la cultura europea al vivir
mucho tiempo en Gran Bretaña y Alemania, y pudo observar lo que estaba
sucediendo en el “primer mundo” como consecuencia de la revolución industrial,
la cuestión obrera y los movimientos sociales que se estaban formando. También,
porque se vinculó con las actividades de los mineros con los que seguiría
ligado al regresar a Chile. Por otra parte, su formación católica, lo llevó a
estudiar el pensamiento de aquellos autores liberales que, si bien miraban con recelo
al surgimiento del marxismo, no despreciaban la cuestión religiosa ni la moral
para evaluar el liberalismo. Todo ese pensamiento social cristiano europeo
sería el que luego procuró recoger León XIII, en su encíclica famosa, “Rerum
Novarum”, que se publicaría en 1891, centrada en el trabajo y la cuestión
obrera, con críticas al marxismo y al liberalismo y que sentaría una parte
importante de las bases de la “Doctrina Social de la Iglesia”.
Pero volviendo a Emilio Lamarca, quisiera referirme
en primer lugar a sus “Apuntes para el Estudio de la Economía Política” y luego
a su ensayo titulado: “El Decálogo y la Ciencia Económica”. En dichos
“Apuntes”, que escribió en 1877, mientras dictaba su cátedra de “Economía
Política” en la Facultad de Derecho, Lamarca puso de manifiesto la importancia
que le daba a la economía dentro de las ciencias sociales y morales,
estableciendo principios antropológicos en los que basa su análisis, ubicando a
la persona humana como centro de toda la actividad económica. La persona como
centro, que busca satisfacer sus necesidades físicas, intelectuales y morales, para
llegar a ser feliz. Los “Apuntes” son un resumen del plan de estudios que va
dictando a sus alumnos. Plan al que le introduce cambios que reflejaran las
preocupaciones del momento, como las monetarias y financieras, incluyendo el
estudio de las instituciones crediticias. Al referirse al “Sujeto de las leyes
económicas”, habla de la teoría de las necesidades, la teoría de la fuerza
productiva del hombre y la teoría de la población. Al tratar el “Objeto de las
leyes económicas”, habla de los agentes naturales y los bienes económicos, de la
fortuna, la riqueza, la teoría del valor y la teoría del capital. Es de notar
que Lamarca discutía las teorías del valor haciendo hincapié en el valor de la “demanda”
más que en el valor del trabajo, el capital o la utilidad. Decía que: “La
verdadera fuente y causa del valor es la demanda”. Por último, al referirse al
“Procedimiento o funciones económicas”, hablaba de la producción, la circulación,
la distribución y el consumo de los bienes, muy en sintonía con el liberalismo
francés, donde la economía es una “pars pro toto” de la sociedad y, por lo
tanto, su influencia se extiende a otros ámbitos sociales más amplios.
Sus estudios en Europa y el conocimiento de seis idiomas
le permitirán recurrir, durante sus clases, al pensamiento de muchos autores.
Dentro de estos “Apuntes”, valdría la pena destacar
el papel que le da Lamarca a la caridad y a las obras de caridad, como una
virtud sanadora para la problemática social, cuando ya otros comenzaban a poner
más énfasis en la justicia social. En este sentido, su pensamiento resulta
bastante conservador y se enrola dentro de la corriente de la economía
caritativa. Según él, la caridad “es lo único que puede realmente atajar los
abusos, auxiliar y levantar al indigente” y contribuye a una distribución
equitativa de los bienes. Dirá que: “el verdadero vínculo social es la
caridad y sin ella no hay progreso, como que no lo hay sin una religión que
vincule al hombre con Dios y sus semejantes”.
En cuanto al segundo escrito, titulado: “El Decálogo
y la Ciencia Económica”, si bien fue publicado por Lamarca en 1880, el texto
permaneció olvidado hasta que, más tarde, uno de sus admiradores, Alejandro
Bunge, lo hizo reimprimir en 1919 en la Revista de Economía Argentina. El tema
central de esta obra es la estrecha relación entre la economía y la moral. En
palabras del propio autor: “La Economía Política no puede prescindir del Decálogo,
sus preceptos son tan sabios y de tan trascendente aplicación hoy en día como
lo fueron cuando por primera vez los escuchó el pueblo hebreo en el Sinaí y de
tan fecundo resultado en el desenvolvimiento de la legislación mosaica como en
el terreno de la actividad económica”. Este análisis de Lamarca es muy
original porque no era la preocupación de los economistas de la época, como
seguramente no lo sea la de los de la actualidad. Y agregaba que: “La
economía política no puede prescindir del Decálogo”.
Su ensayo está dividido en dos partes. En la
primera, estudia la relación de la economía con los diez mandamientos. En la
segunda, trata de probar, según sus propias palabras, “que la eficiencia de
las funciones económicas depende de la observancia de los preceptos”. Algo
así como que la economía no puede funcionar bien si se aparta de la moral. Y
agrega que “existe perfecto acuerdo entre religión, moral y economía política”.
Lamarca sostiene que en aquel momento existían tres corrientes de pensamiento
económico en el mundo. La primera, fundada en el positivismo (que le achaca en
sus luchas políticas a Julio Roca), que “hace de la economía una ciencia
física, constituida como tal y regida por las leyes ciegas y fatales, como las
de la materia inerte”. La segunda, que le atribuye al socialismo y al comunismo
emergente en Europa que “la convierte en una ciencia antisocial, anárquica y
subversiva de todo orden tradicional y secular”. Y la tercera corriente a
la que denomina “espiritualista” para la cual “la economía es una ciencia
social, como una sección de la ética”. Él se siente parte de esta última
corriente.
Lamarca inicia el ensayo diciendo: “El objeto
que me propongo es demostrar que la escuela espiritualista tiene razón,
fundándome en que los diez preceptos del Decálogo se dan de la mano con los
principios de toda sana economía y en que no es posible apartarse de ellos sin
que inmediatamente se resienta el organismo económico que constituye el cuerpo
social”. Y a lo largo del ensayo recurrirá al pensamiento de autores como Adam
Smith, Juan Bautista Say, Pellegrino Rossi, Wolowski, Le Play, Laveleye, Chevalier,
etc…En el caso de Rossi, dirá que: “comprendió que en ningún sistema
verdaderamente científico y filosófico de Economía Política pueden la riqueza y
el tráfico ser separados del hombre, de la moral y de la propiedad social”
y citará un texto en el que Rossi dice: “El cristianismo dispone al trabajo
y a la paz, inspira el orden, la decencia y el respeto de los derechos ajenos;
permite los goces honestos, pero proscribe los placeres groseros y los
derroches insensatos; condena el orgullo insolente en la prosperidad y exige la
resignación en la desgracia; recomienda, en fin, la previsión y la caridad.
Así, pues, si se quisiera reducir este gran tema a las proporciones de la
Economía Política, el Evangelio llenaría todas las condiciones que puede exigir
la ciencia para el desarrollo de la riqueza social”.
A tal punto Lamarca hace esa síntesis o de alguna
manera “sincretismo” entre economía y religión que dirá: “La energía del
alma, las luces del espíritu y las virtudes constituyen la fuente primera de
las riquezas de las naciones; ellas la crean, la desarrollan y la sostienen, la
riqueza crece, declina y desaparece con estos nobles atributos del alma”. Y
se pregunta: “¿Cómo sostener entonces que la religión y la virtud no
influyen de una manera decisiva sobre el adelanto económico de los pueblos?”.
Cuatro cosas creo que se destacan de la lectura de
este ensayo. Primero, la relación entre la moral y la economía, de la que ya
hemos hablado. Segundo, la importancia de la familia en el progreso social.
Tercero la defensa de la propiedad privada. Cuarto, la necesidad de evitar el
fomento del odio y el resentimiento de clases, procurando siempre el orden
social.
Lamarca, como dijimos, irá haciendo en el ensayo
una comparativa entre los diez mandamientos y la economía. Por ejemplo, habla del descanso dominical para
dar el debido culto a Dios (amarás a Dios, santificarás las fiestas), que le
permite además al trabajador el goce de la vida familiar, de su esposa e hijos,
de la reposición de energías y el disfrutar de fiestas y celebraciones. Esta
conquista social, que los socialistas intentaron darle otro sentido, tuvo su
origen en razones religiosas por lo que Lamarca dirá que tiene el valor de “espiritualizar
la producción” y cómo la moral cristiana vino a poner un valor humano en la
economía.
Al hablar del quinto mandamiento, hará hincapié en la
garantía de los bienes y de la seguridad pública para garantizar el progreso
económico y la paz social, exclamando: “no mates, no cooperes a la
destrucción de tus semejantes, no por lucrar consumas la existencia de tus
iguales, cada día que afectas a uno de ellos es un miembro del organismo
económico que debilitas, cada víctima que sucumbe por tu egoísmo y tu avaricia
es un eslabón que se rompe en la cadena de la sociabilidad que, según los
economistas, está llamada a vincular a los hombres con los hombres y a
estrechar las relaciones comerciales entre los pueblos de la tierra”.
En el ensayo, Lamarca pone un énfasis especial en
la familia como base fundamental de la sociedad, influido por las ideas del
sociólogo francés Le Play quien, curiosamente, no sólo había estudiado minería
sino trabajado en dicha industria. Lamarca dirá que la familia “es el centro
en que germina la fuerza productiva de los pueblos”, destacando “la importancia
del hogar para fomentar, conservar y renovar incesantemente los elementos de
productividad en el campo de las profesiones e industria”. No sólo tiene en
cuenta su función de reproducción biológica, sino que sostiene que “en el
plan de Dios sobre la familia se reúnen y desarrollan todas las cualidades del
individuo y todas las ventajas de la asociación. Ella tiene la virtud de
transformar sus inclinaciones y duplicar sus fuerzas, a la vez que suavizar el
egoísmo y cambiar los hábitos”. Para él, esta función social de la familia
y de las virtudes “se desarrollan en secreto, a la sombra, sin cálculo, para
obedecer a ese poder enérgico y delicioso de nuestros corazones: el amor
honesto”. Confieso que al leer esto me emocionó lo que dice Lamarca, pensando
en la propia familia que uno ha formado. Y máxime cuando dice: “De todos los
hombres, el menos imperfecto es un padre y la más perfecta de las mujeres es la
madre”. Tan relevante es el papel de la familia para Lamarca que, como dirá
su biógrafo Néstor Auza, su pensamiento, al respecto, se puede resumir en estas
dos frases: “Todas las reformas se reducen, pues, a restaurar la familia”.
“La familia es, tanto desde el punto de vista económico como moral, la clave
de bóveda del edificio social”.
Asimismo, Lamarca considera que la propiedad como fruto
del trabajo del hombre, es un derecho esencial de la familia. Y hablará de la
propiedad y el régimen de los bienes al referirse al séptimo precepto (no
robarás), basándose en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. “Las leyes
que aconseja y que reclama la ciencia económica para impedir que se lesione el
derecho de propiedad, que es al mismo tiempo base y trabazón de toda su
estructura, están pues todas ellas reunidas en el séptimo precepto del Decálogo.
Sobre este punto no puede ser más perfecto el acuerdo entre la moral y la
Economía Política”. En este punto habla de las maniobras de elusión,
evasión y manipulación financiera, así como del salario justo y de los pesos y
medidas. En este último caso, menciona palabras de Moisés al pueblo judío: “La
balanza sea justa y los pesos iguales, justo el medio y el sextario igual”.
Cuando se refiere al décimo mandamiento (no
codiciar los bienes ajenos), señala que la codicia es un impulso pernicioso en
la social y en lo político, señalando cómo los movimientos sociales tratan de “despertar
en el pecho del indigente y del obrero la más perniciosa avidez y la más
desenfrenada codicia”. “Todos los clásicos de nuestra ciencia señalan
como una grave aberración la de suponer que el adelanto económico consiste en
derribar a los que están en pie, para alzar a los que yacen postrados;
convienen en que es menester proteger a los débiles y a los sencillos contra
los abusos de los fuertes, pero no admiten otra fuerza que la reparadora del
trabajo, otra acción más que la libertad unida a la caridad, otro imperio que
el de la ley ejecutada por gobiernos que representan no a la multitud, sino a
los derechos de la multitud y que, si toleran el error, profesan y protegen la verdad”.
Lamarca observa la aparición de movimientos sociales que, con violencia, más
que conquistar derechos buscan apropiarse de los ajenos. Entiende que las
sociedades cuyas bases están afectadas por el vicio, la codicia, la ignorancia,
la ambición y el odio, destruyen el orden social y conducen a la anarquía. Así,
ve cómo los movimientos sociales surgidos en Francia, Estados Unidos,
Inglaterra, Alemania y Rusia, en lugar de procurar la paz social buscan la
revancha a través de la violencia con el fin de destruir a la propiedad, a la
familia y a la religión. En una palabra, destruir para luego construir sobre
nuevas bases una supuesta igualdad. Para Lamarca entre las funciones que debe
asumir el Estado, está la de regular y suavizar el conflicto social, velando
por la salud de los trabajadores y la tranquilidad pública, protegiéndolos de
la “acción devoradora de la industria”.
Por último, me referiré brevemente a su compromiso
político.
Durante el primer gobierno de Julio A. Roca se
produce un conflicto dentro de la propia alianza conservadora-liberal que
dirigía el país, cuando el presidente busca una mayor separación entre la
Iglesia y el Estado. Una de las medidas fue el envío al Congreso de la Ley de
Educación, que se sanciona en 1884, bajo el Número 1.420, estableciendo la
educación primaria gratuita, laica y obligatoria, excluyendo la enseñanza
religiosa. Esto produce además de intensos debates, roces con el clero y los
obispos, culminando con la expulsión del Nuncio Apostólico, Luigi Matera, la
destitución de jueces y la expulsión de profesores católicos de las
Universidades, como fue el caso de Lamarca.
La reacción previa de los católicos con José Manuel
Estrada y Emilio Lamarca había sido la creación, en 1883, de la “Asociación
Católica de Buenos Aires”, como una continuación del “Club Católico” fundado
por Félix Frías. El principal órgano de difusión sería el periódico “La Unión”
que había sido fundado por Estrada en 1882. En 1884 se realiza el “Primer
Congreso Nacional de los Católicos Argentinos” y allí Lamarca propone la
fundación de un partido político que les permitiera tener presencia en el
Congreso. Es así como se funda el partido “Unión Católica”, donde Lamarca
formaba parte del Comité Nacional. En las elecciones de 1886, triunfa Miguel
Juárez Celman que contaba con el apoyo de su cuñado Roca, y por la “Unión
Católica” son electos como diputados Estrada y Goyena. Sin embargo, el esfuerzo
de los católicos no dará gran resultado frente al avance del pensamiento más
liberal, por lo que, cuando en 1890 surge la “Unión Cívica”, liderada por
Leandro N. Alem, muchos de los miembros de la “Unión Católica” se pasan a sus
filas. Lamarca se destacará en este tiempo por sus fuertes críticas a la
política económico-financiera del Gobierno, que terminará en una de las tantas
crisis de nuestro país.
Posteriormente, en 1982, los católicos van a apoyar
la candidatura de Luis Sáenz Peña, quien resulta electo, y si bien la actividad
política de la “Unión Católica” irá desapareciendo, comenzará a crecer la
organización del movimiento social católico, a partir de la creación en 1894,
por el padre Guillermo Grote de los “Círculos Obreros Católicos”, con el apoyo
decidido de Lamarca. En 1896, Lamarca viajará a Europa y tomará contacto con
las iniciativas sociales de los católicos de Alemania, Holanda y Bélgica. En
1902 por iniciativa del padre Grote se funda la “Liga Democrática Cristiana”. En
1906, Lamarca viajará nuevamente a Europa, quedando atraído por el modelo
alemán de la asociación católica conocida como Volksverein y por las
iniciativas del asociacionismo, cooperativismo y los sindicatos de raíces
cristianas. Así, en el “Segundo Congreso Nacional de los católicos de
Argentina”, realizado 1907, Lamarca, siendo su presidente, propuso cambiar el
foco de acción de la política al campo social, a pesar de su participación en
la “Unión Patriótica”. Durante este Congreso se trataron asuntos relativos al
trabajo y la cuestión obrera. Al año siguiente, durante el “Tercer Congreso
Nacional de los católicos”, Lamarca continuó poniendo el foco en la cuestión
social y propuso la creación de la “Liga Social Argentina” que, finalmente, fue
fundada en julio de 1909 tomando como modelo el Volksverein alemán. Lamarca imaginaba
la “Liga” como una escuela de educación social y formación de dirigentes basada
en los ideales cristianos, así como una promotora de las cooperativas, mutuales
y gremios. La institución llegó a contar con cerca de cinco mil miembros y
doscientas oficinas en todo el país, pero se cerró diez años después a pedido
del clero, porque dijeron que ello ayudaría a fortalecer la “Unión Popular
Católica Argentina”, que los obispos acababan de crear. En 1909, Lamarca
participará de la creación de la primera Universidad Católica Argentina, que
comenzaría con su Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y de la que sería
miembro del Consejo Directivo y profesor de Economía Política. La vida de esta
Universidad fue efímera, ya que el Estado no reconocía los títulos que otorgaba
y fue cerrada en 1922.
Respecto a la “Unión Patriótica” de la que Lamarca
fue artífice y participante, diremos que tendrá también corta vida, por el
surgimiento de la candidatura de Roque Sáenz Peña y la conformación de la
llamada “Unión Nacional”, donde muchos de los políticos católicos pasaron a
participar y que terminaría con el triunfo de Sáenz Peña y la sanción de la famosa
Ley 8.871, en 1912, instaurando el voto universal, secreto y obligatorio.
Bueno, hasta aquí un poco de su compromiso político
que se completaría con su trabajo dentro de la Academia del Plata y su
colaboración en el lanzamiento de la “Revista de Estudios” de 1911. Para
terminar, diré que Guillermo Furlong considera que Lamarca “es el precursor
de las preocupaciones y de las soluciones católicas a la cuestión social en la
Argentina” y que no se puede analizar a la generación del 80, evidentemente
más racionalista, positivista, laica y liberal, sin el aporte de estos notables
católicos que comenzaron a advertir la necesidad de un cuidado de la cuestión
moral y social para el mantenimiento del orden y la paz.
El pensamiento de Emilio Lamarca que luego lo impulsará
a la acción económica, social y política, nos invita, sin dudas, a una
reflexión sobre el presente de nuestra querida Argentina y del rol de la
Academia. ¿Cuánto serviría hoy pensar en nuestro país en función del Decálogo y
los males que nos aquejan?