Conozco al sacerdote Pedro
Pablo Opeka hace más de 17 años. Fue a raíz de un artículo aparecido en un
medio, en julio de 2003, que di con él y le propuse viajar a Madagascar para
escribir sobre su obra humanitaria llamada Akamasoa (que en idioma malgache
significa “Los Buenos Amigos”). Publiqué la primera edición del libro “Un viaje
a la esperanza” al año siguiente de mi visita a esta gran isla recostada sobre
el Océano Índico, que supo ser colonia francesa y que hoy en día está entre los
diez países más pobres del mundo. Era el primer libro sobre él que se publicaba
en español y en nuestro país.
Desde entonces la figura de Pedro o Mompera, como le
dice cariñosamente la gente, ha ido creciendo mundialmente. Ha recibido decenas
de premios en el mundo entero, desde ser nombrado Caballero de la Legión de
Honor en Francia en 2007, hasta recibir la Mención de Honor Domingo Faustino
Sarmiento del Senado argentino en julio de 2018. En el interín, varias iniciativas
para ser nominado al Premio Nobel de la Paz. Francia, Mónaco, Madagascar,
Argentina y Eslovenia, se cuentan entre los países que lo han propuesto. Este
año nuevamente lo hace el primer ministro de Eslovenia y seguramente adherirán
legisladores de nuestro país.
¿Cuál es la razón de la admiración que despierta este
sacerdote argentino, de 72 años, de la Congregación de la Misión de San Vicente
de Paul, que vive en Madagascar hace casi 50 años? Simplemente, su ejemplo de
vida. Muchos lo llaman la “Madre Teresa con pantalones”, “el albañil de Dios”, o
“el Combatiente de la Esperanza”. Para mí, Pedro, es un santo varón, que no
sólo es buena persona sino que se pasa la vida haciendo el bien a los demás.
En los treinta años de vida de la Asociación Humanitaria
Akamasoa, ha ayudado a más de medio millón de personas, construido pueblos
donde viven más de 30 mil malgaches, escuelas donde cada año ingresan 15 mil
alumnos, levantado dispensarios, estadios polideportivos, calles, redes
cloacales y eléctricas, hospitales y hasta cementerios. ¿Cómo lo ha logrado?
Bajo tres pilares: educación, trabajo y disciplina. A ello le ha agregado la
transmisión de un espíritu de amor, fortaleza y esfuerzo para poder salir de la
pobreza y recuperar la dignidad del hombre. Todo esto contando con la ayuda de
distintas personalidades y Organizaciones que confían en él porque ven los
resultados.
Las cifras hablaban por sí solas. Pedro, además, ha sabido
rodearse de voluntarios malgaches, formando un equipo de trabajo que motiva a
la gente que se une a la Asociación para cumplir las reglas de vida que se han
propuesto para salir adelante. Y todo empezó cuando él estaba muy enfermo y fue
trasladado a la capital, Antananarivo, en 1989. Pasó por el basurero municipal
y vio a cientos de niños disputando la comida con los cerdos y se dijo: “Esto
no puede ser. No es de Dios. Algo debo hacer”. Así nació esta historia de amor.
Reunió a los líderes del basural y les dijo: “Si ustedes están dispuestos a
trabajar, yo los voy a ayudar”.
Opeka, rompió con los esquemas de la misma Iglesia,
generalmente inclinada hacia el mero asistencialismo, para ayudar a la gente a
salir de la marginación social mediante la educación de los niños, el trabajo
duro (la propia Asociación tiene una cantera, fábrica de muebles, talleres
metálicos y de mantelería, etc…) y el cumplimiento de ciertos compromisos para
tener acceso a la vivienda y a los beneficios de Akamasoa, es decir a una
contraprestación; aunque, a través del “Centro de Acogida”, nunca dejaron de
atender temporalmente a los necesitados.
Como amigo y biógrafo de Pedro Opeka, quisiera de todo
corazón que le otorguen este merecido premio, no tanto por él, porque lo
conozco y sé de que está más allá de los honores (puede comer arroz en el suelo
de una casa con las manos o sentarse en la mesa de presidentes o príncipes);
sino por los pobres que aceptaron su propuesta y han recuperado la dignidad.
Muchos de ellos hoy son profesores o graduados universitarios, demostrando al
mundo y a Madagascar, que pese a porvenir de un basural se puede salir adelante
en la vida con esfuerzo y creatividad.
Esperemos que este año Pedro visite Noruega para recibir el
Premio y repartir su amor inmenso por los más necesitados del mundo entero (no
con palabras sino con obras). En Argentina, somos muchos los que lo admiramos y
ya se ha iniciado el trabajo de Akamasoa en nuestro país. Su modelo debiera ser
tenido en cuenta por tantos políticos argentinos que no saben cómo ayudar a la
gente a salir de la pobreza (hoy es más del 45% de la población) o prefieren no
hacerlo para mantenerlos dominados.