El reciente acto vergonzoso del diputado del
Frente de Todos, Juan Ameri, representante del pueblo de Salta, debe ser la
gota que rebalse el vaso de una vez por todas y no una mera renuncia sin
sanción, ni medidas correctoras. Porque, ¿cómo puede ser que este hombre, con
el prontuario que se dice que tenía, haya podido llegar a ocupar una banca? La
respuesta es muy simple: ¡Son las listas sábana, estúpido! Y desde nuestra
vuelta a la democracia que venimos hablando de la necesidad de eliminar las “listas
sábanas”, donde apenas se conoce a uno o dos de los candidatos que encabezan
las listas y el resto viene por añadidura y qué decir de sus eventuales
reemplazantes. ¿Por qué razón nunca se reformó el Código Electoral Nacional? La
respuesta también es muy simple: porque no le conviene al sistema político
argentino caracterizado por su falta de representatividad y transparencia.
Es que el sistema político espera que un diputado
responda más al partido político al que pertenece, por aquello de la
“disciplina partidaria”, que a los verdaderos intereses de los representados,
es decir al pueblo. Recordemos que los Senadores (tres por provincia desde la
reforma de 1994, o sea 72 miembros) representan a las provincias; y que los
diputados (257 miembros, con un mínimo de 5 por provincia y el resto por
distribución proporcional al número de habitantes) representan en forma directa
al pueblo; ya que nuestra Constitución Nacional (CN) establece un sistema
representativo, republicano y federal (artículo 1º. de la CN), en el que el
pueblo no delibera ni gobierna si no por medio de sus representantes (artículo
22º.de la CN).
Es de notar que los únicos requisitos que exige
la Constitución Nacional para ser diputado, es haber cumplido la edad de
veinticinco años, tener cuatro años de ciudadanía en ejercicio, y ser natural
de la provincia que lo elija, o con dos años de residencia inmediata en ella
(artículo 48º. de la CN), por lo que resulta necesario e imprescindible en el
futuro que la ciudadanía conozca mucho más sobre el grado de formación y las
actividades previas de cada uno de los candidatos.
Todo esto podría revertirse cambiando el Código
Electoral Nacional (Ley No. 19.945, sus modificatorias y acordadas vinculantes),
eliminando el sistema de listas sábana y aprovechando para instaurar el voto
digital, de manera tal que el ciudadano directamente por Internet, con un PIN
individual con los niveles de seguridad adecuados, pudiese votar a quien más le
satisface para su distrito electoral, sin importar el partido político al cual
pertenezca o limitando el voto sobre aquellos a quienes desconoce o tiene dudas.
La pandemia actual y su consecuente cuarentena casi eterna en Argentina, han demostrado
que toda la ciudadanía se maneja perfectamente por medios electrónicos (baste
recordar que más de 13 millones de ciudadanos solicitaron el IFE). Esta
reforma, además, no sólo permitiría una reducción de gastos electorales
inútiles (reservando lugares especiales de voto electrónico sólo para gente sin
acceso), sino que podría ser aprovechada para la limpieza de los padrones
electorales (tanto de muertos que siguen votando, como de extranjeros no
residentes que vienen a votar), a través de un sistema de conexión tipo
bancario con certificados de supervivencia, residencia y fe de vida. ¿Por qué
tampoco el sistema político argentino apoya este tipo de cambios? Porque se
eliminan negocios y disminuyen las probabilidades de fraude (voto calesita,
inducción de punteros, etc…)
Como diría el gran filósofo español, José
Ortega y Gasset: “¡Argentinos, a las cosas!”. ¿O vamos a seguir decayendo y
optando siempre por la falta de transparencia e impunidad?